El crimen perfecto no es aquel en el que es imposible descubrir al culpable, como dice la Wikipedia, sino aquel que nadie sabe que es un crimen. Un asesinato perfecto es el que todo el mundo cree que es un accidente.
En la vida las oportunidades se presentan solas, ¿cuántos sustos podrían haber acabado en tragedia? Solo un pequeño porcentaje de las situaciones peligrosas terminan en un accidente mortal, la mayoría de ellas se convierten en anécdotas familiares, que se comentan en las comidas navideñas, en la segunda copa de vino, cuando alguno empieza la frase «¿os acordáis cuando…»
Con una rápida reacción, cualquiera de esas situaciones de peligro puede convertirse en una desgracia, en ese accidente del que nadie dudará jamás. «No se pudo hacer nada.» «Pobre fulanito que lo vio todo.» «¡Qué tragedia para la familia!».
Las oportunidades del crimen perfecto suelen ser fruto de la casualidad, de la inconsciencia, o de que alguien quiere que sean así.
«Un día, mi amigo y yo fuimos a patinar. La capa de hielo, en el lugar elegido, era fina, no soportaba apenas el peso de nuestros cuerpos. »«El hielo se quebró. Corrí hacia él. Habíase hundido en un agujero y se sujetaba a la corteza de la superficie con las dos manos. Me incliné para ayudarle a salir de allí. Pero entonces vi brillar el reloj en su muñeca. Pensé: “Supongamos que se hunde y se ahoga…» confiesa el asesino en la sorprendente novela de Agatha Christie Noche Eterna.
Otra versión del crimen perfecto, es aquella en la que la culpa recae sobre otro sin que haya ninguna duda. Para ello se requiere la casualidad y la colaboración inconsciente del que va a cargar con el muerto.
«Ed y yo fuimos a un sitio en que se jugaba. La suerte me abandonó. Perdí todo el dinero que llevaba encima. Ed, en cambio, ganó mucho. Llevaba los bolsillos atestados de billetes. Nos salieron en una esquina dos granujas armados con navajas. Yo recibí un corte en un brazo , pera a Ed le dieron una puñalada. Cayó al suelo el muchacho. En seguida oí rumores de pasos en las cercanías: gente que se acercaba. Los dos atacantes echaron a correr. Comprendí que si actuaba con rapidez…Me envolví la mano en un pañuelo, saqué la navaja de la herida de Ed y hundí la hoja en un par de sitios más decisivos.» Así describe el mismo asesino, en Noche Eterna, la ocasión que se le presenta sola de hacerse con un dinero que le hace falta o, al menos, que desea, poseer.
Bien es verdad, que en los tiempos de las novelas de Agatha Christie, los móviles no existían y la vista de las personas no es precisa si no están suficientemente lejos. Hoy, todas estas cosas se complican, nunca sabes desde que ventana te pueden grabar. Aun así, me queda la inquietud de cuantos crímenes perfectos no habrá a nuestro alrededor disimulados bajo la máscara de horribles tragedias.
A muchos les llega el momento de elegir, aunque nunca sean conscientes de ello, entre ser un héroe o un asesino. Mi admiración para los héroes anónimos y, para los que hayan elegido el camino a la Noche Eterna: «Que la culpa os acompañe»